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SANTO DOMINGO (Lidom.com).-Juan Soto habla con la serenidad de quien sabe exactamente dónde está parado. El jardinero dominicano, protagonista del contrato más alto en la historia del deporte profesional, no necesita elevar la voz para hacerse sentir.
Su discurso es pausado, reflexivo y consciente del peso que carga dentro y fuera del terreno.
En una entrevista exclusiva concedida al programa Siendo Honestos, conducido por Katherine Hernández y transmitido por CDN canal 37, Soto repasó un año intenso, reafirmó su deseo de vestir nuevamente la camiseta de la República Dominicana en el próximo Clásico Mundial de Béisbol y puso en palabras una verdad que lo acompaña desde hace tiempo: el éxito no se mide solo en cifras.
El Clásico, un sentimiento distinto
Cuando piensa en el Clásico Mundial, Soto no duda.
“Nada se compara con el Clásico”, afirma. “Tú ves un estadio entero lleno de la bandera de la República Dominicana. Eso es algo bien bonito”.
Para él, el torneo trasciende la competencia. Es convivencia, identidad y orgullo colectivo. Habla de compartir clubhouse con figuras como Fernando Tatis Jr. y Vladimir Guerrero Jr., de la energía distinta que se respira y de un ambiente donde el talento se mezcla con el compromiso emocional de representar a todo un país.
“Es un torneo corto, puede pasar lo que sea”, reconoce, “pero cuando tú sientes que la República Dominicana entera te está apoyando, eso marca la diferencia”.
Un año de aprendizajes
Al hacer balance del año, Soto evita los lugares comunes.
“Fue un tremendo año”, resume, “con muchas altas y bajas, pero con mucho aprendizaje”.
Su mirada se posa más en el proceso que en los resultados. Para Soto, el béisbol de alto nivel se juega, sobre todo, en la mente.
“El deporte es 90% mental. Lo demás viene por añadidura”.
En los momentos de dificultad, cuando no hay entrenadores ni voces externas empujando, la respuesta es interna.
“Llega un punto en que tú mismo tienes que salir pa’lante. Tienes que decirte: yo puedo”.
La presión, constante en su estatus de estrella, no lo intimida. Al contrario.
“Eso me anima y me empuja a seguir hacia adelante”, asegura.
El dinero no lo es todo
A pesar del contrato récord, Soto es claro al marcar prioridades.
“Al final, el dinero no lo es todo”, insiste.
Habla de metas deportivas, de premios individuales, del deseo de trascender. MVP, Guante de Oro, Bate de Plata, Salón de la Fama. No como obsesiones, sino como parte del camino de excelencia que se exige a sí mismo.
El Licey, un deseo pendiente
Soto no oculta su anhelo de jugar béisbol invernal con los Tigres del Licey, aunque reconoce que esta temporada no fue posible tras la eliminación del conjunto azul.
“Si algún día se da, la gente va a responder”, dice con convicción. “Tenemos los mejores fanáticos. El fanático liceísta es bien apasionado”.
El deseo permanece, aunque el calendario haya impuesto una pausa.
Familia, disciplina y origen
En el centro de su historia está la familia. Soto vuelve a la infancia, a las reglas claras que marcaron su formación.
“Mi mamá siempre fue bien estricta con los estudios. Si no estudiaba, no iba para el play”.
Recuerda el momento que cambió su vida: la firma con los Washington Nationals, tras días de pruebas sin respuestas en una academia de Villa Mella.
“Cuando me dijeron que me habían firmado, me quedé frisado. No supe qué decir”.
Desde entonces, su mensaje para los jóvenes es directo: firmar no es el final. Es apenas el comienzo.
“El verdadero reto es mantenerse, crecer y responder”.
Abrir puertas y cargar con el ejemplo
Soto entiende el alcance de su logro.
“Sé que abrí muchas puertas, no solo para mí, sino para la República Dominicana”.
Habla del dominicano como un ser resiliente, capaz de sonreír en la dificultad. Una definición en la que conviven el pelotero récord y el joven que nunca se desconecta de sus raíces.
Navidad: volver a ser hijo
En medio de contratos, estadios llenos y expectativas globales, la Navidad sigue siendo territorio sagrado.
“La tradición siempre es cenar en mi casa”, cuenta. “Mi mamá se asegura de que toda la familia se junte”.
Pastel en hoja, mesa sin restricciones y risas compartidas.
“Ese día no hay dieta”, bromea.
Lejos de las luces, Juan Soto vuelve a ser simplemente eso: un hijo que regresa a casa y un dominicano que celebra alrededor de la mesa.

